Por: Claudia Ayola El Heraldo

Cuando se comenzó a pavimentar Barranquilla no se tuvo en cuenta la construcción de un alcantarillado pluvial. Las condiciones topográficas de la ciudad, el rápido desarrollo urbano, el crecimiento no planificado, los hábitos, y la falta de inversión, han dejado sin margen a la magnitud de los frecuentes desastres por la fuerza de las aguas.

Desde hace casi 100 años se han presentado diferentes proyectos de soluciones, pero han quedado en el papel por las limitaciones en su financiación. No hay plata para evitar que los ríos urbanos se sigan llevando a la gente, desapareciendo vidas humanas en medio del agua de las lluvias.

En la primera página del periódico El Heraldo del día miércoles 1 de junio, se ilustra muy bien las dimensiones de lo que enfrenta la cotidianidad de los barranquilleros. La imagen evidencia el momento en el que 7 niños eran rescatados de un bus escolar. El vehículo estaba siendo arrastrado por la corriente de, al parecer, uno de los nuevos arroyos del norte de la ciudad.

Las predicciones apuntan que en el Caribe lloverá sin cesar hasta finales de noviembre, con el agravante de probables tornados y vendavales. El alcalde Char ha advertido la importancia de la cultura ciudadana en la prevención y se han propuesto medidas de atención a las emergencias.

Los ciudadanos tienen un papel importante en la manera como se disponen las basuras y en las conductas preventivas frente a la fuerza de los arroyos. Investigadores de la Universidad de Colorado han comprobado que 15 centímetros de corriente rápida son suficientes para arrastrar a una persona.

Sin embargo, la ausencia de una solución integral y estructural se traduce en más víctimas fatales. De alguna manera, los barranquilleros pueden sentarse en las puertas de sus casas a ver pasar los cuerpos desesperados en una lucha incierta. Una solidaridad infinita crece entre los habitantes de esta ciudad, que como una característica propia, se ayudan los unos a los otros, se sacan de las aguas, hacen cadenas humanas, sacan cabuyas, se salvan entre todos.

Aprenden a vivir y a convivir – a morir también - entre los cruces de los arroyos. Saben cuáles son los más fuertes, lidian con el problema, le prestan cuidados paliativos a una ciudad que se traga entre las aguas a su propia gente.

La misma riqueza en la oralidad barranquillera narra las historias de los muertos, de los desaparecidos, de los que terminaron en el río, de las hazañas colectivas para rescatar a alguien, de los buses con pasajeros, de mujeres atrapadas en sus vehículos, de los gritos de ayuda, de que alguien se desapareció en una calle y que apareció en la otra, de los milagros.

La peor tragedia ocurre, sin embargo, cuando la ciudad se resigna a su destino. Cuando deja de exigir la transformación, cuando ya no espera el cambio. Como sociedad civil tenemos la obligación ética de poner este tema como prioridad en la agenda pública, y esperar compromisos serios por parte de los candidatos a la Alcaldía.

El viejo problema de los arroyos de Barranquilla sí tiene solución. Se requiere una gran movilización que sea capaz de gestionar recursos, el compromiso de todos los sectores. No podemos seguir sentados viendo pasar a los muertos.