Editorial: El Heraldo



Volver a decir lo mismo es, literalmente, llover inoficiosamente sobre mojado. Pero hay que decirlo, reiterarlo, gritarlo a los cuatro vientos, no conformarnos a que Barranquilla sea una pobre ciudad desguarnecida ante la furia de un invierno inusual. Tras un verano que se antojaba demasiado largo, ha llegado un invierno furibundo e impetuoso, que no parece tener deseos de calmarse.

Tales han sido los aguaceros que han puesto a correr como nunca a todas las autoridades ante las emergencias que, como ya es costumbre, se presentaron en los barrios por donde bajan incontenibles los arroyos.

La situación es gravísima: víctimas fatales, familias destechadas, robos en medio de la tragedia, caos.

Triste, como pocas anteriormente, la tragedia del menor Jaime Ernesto Salazar Mera, quien se convirtió en otra víctima más de la trampa pluvial de la urbe.

La llegada del invierno, lo sabemos desde siempre, nos hace volver la atención hacia los significativos costos que debe pagar Barranquilla por el hecho de carecer de un óptimo sistema de drenaje pluvial. 200 mil millones de pesos anuales, por lo menos.

Es una realidad que por muchos años, décadas tal vez, miramos pasivos, sin tratar de intervenir y mucho menos corregir. Los arroyos se convirtieron, incluso, en un signo distintivo de Barranquilla, que los noticieros de televisión, y hasta la misma BBC de Londres, registran como algo curioso y extravagante.

Sin embargo, lo que para los periodistas nacionales e internacionales es una curiosidad, para miles de barranquilleros significa una tragedia: cada arroyo se lleva siempre en su caudal la vida de alguien, que por cualquier motivo cae en sus turbulentas aguas y no puede ser rescatado a tiempo.

Han sido exorbitantes las sumas de dinero que se han gastado para canalizar los arroyos y mitigar así los daños potenciales que ellos representan cada año.

No obstante, ese problema aún subsiste, por la sencilla razón de que la ciudad nunca ha dejado de crecer, y su crecimiento siempre desborda la capacidad de las administraciones de canalizar la prolongación de los arroyos que se extienden por las nuevas zonas residenciales. Y cualquier planeación que se haga al respecto siempre se queda corta ante la realidad.

La fijación de los suelos de la ciudad, resultante de la pavimentación de calles, nuevas construcciones y una marcada reducción de jardines y zonas verdes, está pasando una dolorosa y costosa cuenta de cobro. Como consecuencia de ello, el caudal de las escorrentías ha desbordado inclusive los arroyos canalizados y arrastra todo lo que encuentra a su paso.

Urge revisar si la canalización de arroyos que se viene adelantando en concreto rígido con secciones reducidas es la más adecuada de las soluciones, pues con ello se limita la capacidad del cauce y de nada sirven las zonas de reserva o protección previstas en el POT para amortiguar los picos, y que por lo general se encuentran invadidas u ocupadas.

El ordenamiento territorial, próximo a una nueva versión, tendrá que incluir medidas de mitigación de escorrentías para captar, mediante reservorios, el agua que no es absorbida por el suelo que va a ser construido. También se va a requerir la ampliación de la ronda y los suelos de protección de los arroyos, de manera tal que se pueda captar más agua y reducir la velocidad infernal que registra la mayoría de los canalizados. Ésta podría ser una oportunidad para desarrollar grandes parques lineales a lo largo de los arroyos que están por canalizar, creándose así nuevas zonas verdes de esparcimiento y recreación, y sirven para amortiguar los picos pluviales de los aguaceros torrenciales característicos de la ciudad. Y que a lo mejor se van a acentuar con el cambio climático.

Miami y Tallahasse, en la Florida, son un buen ejemplo de cómo con la ayuda de la misma naturaleza se pueden mitigar los efectos cuando arrecian grandes precipitaciones. Hay que consultar a la academia, a los expertos en conservación ambiental, a la arquitectura sostenible, pues ya está claro que el asunto no se resuelve sólo a punta de canalizaciones en concreto. Si eso es así, el desarrollo y progreso de la ciudad siempre estará condenado a avanzar muy poco por ese enorme costo que tendrá que asumir o, dicho de otra manera, dejará de invertir en mejorar su infraestructura y en otros frentes de orden público.

Aunque cuantificar los daños anuales que causan los arroyos no es fácil y cualquier cifra siempre podrá estar sujeta a cuestionamientos, no hay duda que ellos han venido aumentando constantemente por las razones que ya anotamos.

Se ha anunciado que la Administración Distrital había iniciado los estudios para buscar y diseñar una solución de fondo y hacia futuro de los arroyos. Queremos alentarla para que siga adelante y su implementación se realice lo más pronto posible.