Por: Alfredo de la Espriella


Los arroyos, siempre, como el carnaval, tienen su temporada y forman parte del folclor nativo. Y, como nuestras fiestas típicas y escandalosas, hacen de las suyas, con la misma bulla cada vez que llegan las lluvias — pequeños “ivanes” — que azotan sin cuartel, nuestra desprotegida ciudad, en tiempos pluviosos, como periódicamente se repiten desde julio hasta octubre. Espectáculo que, a muchos turistas fascina; pues, en sus tierras, no ven semejantes caudales paralizando calles, tráfico y asustando a la población con imponentes olas, como “amazonas” desbordados.

Antiguamente, cuando la capital del Atlántico no gozaba del privilegio de la pavimentación, los arroyos tenaces, aparte de no dejar pasar a nadie de una acera a otra mientras corrían, tampoco la dejaban transitar, pues, se formaban charcas, lodazales, cuyos obstáculos impedían cualquier maroma. Hasta las mulas, asnos y demás acémilas típicas de nuestra circulación citadina se resistían. No eran tan “burros” para meterse, en el torbellino y quedarse varados en camino, como lo hacen ciertos buses y automóviles inconsecuentes y testarudos.

Gente había, sí, que se atrevía a pasarlos, pero sufrían las consecuencias del caso. Muchas familias pudientes tenían que levantar los sardineles de sus casas solariegas, pues, crecía tanto la corriente que se les metía el agua por los zaguanes, portones y ventanas de las que llamaban arrodilladas. Que eran muy bonitas, muy aristocráticas, pero, que, a la hora de los aguaceros se humillaban con el furor de estas cascadas, que, de paso, no venían tampoco muy limpias que digamos, ya que la gente resolvía convertirlas en carros de basura gratuitos y echaban cuanto podían a la corriente.

Costumbre que no ha civilizado todavía a los vecindarios locales, porque aún vemos pasar muy orondos por la comarca: colchones averiados, zapatos viejos y montones de sacos de basura que, cuando se quedan por ahí atorados forman como una pirámide de “arte abstracto” digna del más cotizado artista de moda.

Otra cosa que tenemos que acreditar de los arroyos son los nombres que tienen, como los huracanes del Caribe. Son famosísimos, cuasi centenarios, el turbulento de “La Paz”, que lleva, por ironía, este nombre tierno cuando es uno de los más feroces y violentos. No menos del mismo tenor, el fatídico de “Rebolo” que cobra víctimas en todas las temporadas invernales.

El de la calle del “Sello” monumental, pues, lo alimentan las aguas que bajan por los callejones del “Progreso” y del “20 de Julio” que se unen por los lados de la Universidad del Atlántico, foco arrollante también de tantos percances. El de “La María” otrora el del viejo callejón de “Las Tuzas” bañaba a todo el Barrio de Abajo, punto final de su desembocadura en el caño de “Las Compañías” y de ahí rumbo al mar. Otro de grande envergadura el precipitadísimo del viejo callejón del “Rosario”, que, ya cuando se abrió la Avenida “Olaya Herrera” le dio jerarquía de laguna artificial y disminuyó su violencia. Así, como el de la calle de “La Felicidad”.

Cuando empezaron a popularizarse los automóviles, ya corriendo la segunda década del siglo, se advertía a los motoristas que tuvieran cuidado, pues, si se le medían a los arroyos el agua y la mugre podían afectar el motor y pararlos en la mitad de la corriente y entonces ahora a encomendarse a Papá Dios.

Muchos audaces trataron de enfrentarse a estos fenómenos agresivos y sufrían las consecuencias. Como ocurriera cuando ya bastante crecida la ciudad y pavimentada — cosa que agradecieron los arroyos — se formó otro de marca mayor — el tremendo del “Country” que ya ha tallado varios epitafios en las tumbas de Barranquilla. No han valido explicaciones, recomendaciones, observaciones y hasta multas. Gentes, bien que estén bebidos o urgidos, que han pasado al otro mundo por hacerse los maricas.

El único vehículo que sorteaba muy bien estas corrientes tradicionales era el Tranvía de Mulas. No obstante, muchas veces, las bestias olían el tocino y por más que el conductor las azotara y puyara se hacían las de la oreja gorda y no pasaban. Se arranchaban. El animal, en este caso, era el cochero.

Ya por la década de los años veinte, la empresa de don Luis Pérez Chacón introdujo las famosas “Brockway”. Buses con capacidad para treinta pasajeros. La última palabra en este tipo moderno de transporte colectivo. No obstante, quiso probar suerte creyéndose muy fuerte en su estructura, cuando tratando de pasar el arroyo de “La Paz” casi se voltea. Lo que, de inmediato, obligó a la Oficina del Tránsito Municipal clavarle una multa y suspender su tráfico por una semana.

La popular llamó a estos vehículos, graciosamente, “Chivas”, por el sonido del “Claxon”, cual se conocía entonces el pito del vehículo, que parecía el ñato de esos animalejos que también todavía circulaban por las calles del poblado como si estuvieran en su propio rebaño.

Por la década de los treinta — y seguían los arroyos mandando la parada — ya que ahora, con las calles y carreras pavimentadas en su mayoría, los empresarios italianos señores Bassi Hermanos introdujeron otros vehículos aún más modernos y vistosos. Decían sus propietarios como “reclame” de la empresa que ellos sí vadeaban arroyos y se le medían a cualquiera de los más violentos de la ciudad. Hicieron la prueba, en un octubre de esos que no para la lluvia a cántaros, y evidentemente, navegaban tranquilamente, y los pasajeros felices se sentían como en Venecia. Por lo que la chispa popular, el ingenio gracioso del pueblo carnavalero nuestro, las llamó en adelante... “Góndolas”.

Por los años sesenta, un muy distinguido y recordado arquitecto cubano radicado en la ciudad Manuel Carrerá se interesó por los Arroyos e hizo un profundo estudio de los mismos; abrió una Exposición interesante que nosotros, como Director de Extensión Cultural del Departamento le patrocinamos cual se abrió, precisamente, una noche toda llena de lluvia, truenos y centellas, como protesta celestial por semejante altanería del ingeniero; se abrió, repito, en la Base Naval. Allí se expuso por varios días y se invitó de Alcalde y funcionarios para abajo dictando el mismo Carrerá charlas, dando explicaciones acertadas acerca de la manera de acabar con este flagelo.

Los planos, observaciones y demás conclusiones las entregó a la Alcaldía de entonces, y parece que, el arroyo de la indiferencia oficial, más peligroso y tremendo que las mismas corrientes pluviales que tanto fastidian en época de lluvias y tormentas las archivó. O de pronto las tiraron al Arroyo para ponerle punto final al problema que sigue tan campante como hace cien años.

Ahora falta ver si el “Transmetro”, que, afortunadamente ya aseguró su destino, y en un par de años tendremos airoso y orgulloso el mecanismo moderno luciendo las galas de su respetable empresa poniéndose a la altura no sólo de las necesidades sino de las prioridades que exige toda ciudad moderna y capacitada como Barranquilla que ha visto de qué manera tan lenta se le resuelven unas veces, ciertos problemas vitales dignos de mejor suerte.

Ahora lo que falta, a partir de esta buena noticia del “Transmetro”, es crear conciencia del servicio que va a prestar y orientar a la gente para que contribuya con su buena conducta a mejorar las circunstancias del transporte masivo.

Mientras tanto que llueva, que llueva Virgen de la Cueva, para ver ese colosal aparato elegante, airoso y servicial con el orgullo propio que justifica su prestancia de desafiar los arroyos turbulentos que seguirán muertos de la erre constituyendo como el Carnaval otra tradición oral de la cultura vial de esta Barranquilla que sabe cantar bajo la lluvia y con el chisme disfrutar.

Y llamo “héroes” de estas jornadas catalépticas de los caudales barranquilleros a los jóvenes y audaces “Transarroyos” humanos que se ganan el día manejando los “puentes” y favoreciendo con su servicio oportuno a la gente apurada que tiene que atravesar la acera y no lo puede hacer porque la corriente o los charcos se lo impiden. Bien por estos oportunos y hábiles “transarroyos” humanos que allá en la intimidad de sus reflexiones cuando empiezan a ver que se está formando el tiempo rezan a la Virgen de la Cueva para que llueva.