Por: Ignacio Consuegra B.

Tienen huevos (de codorniz, por supuesto) aquellos que con el ánimo de consolarse, distraer la atención o distorsionar la historia afirman que en Barranquilla no ha existido la planificación.

Pues sepan, los que aún se niegan a que los tomen por idiotas, que esta urbe se dio el lujo (entre otros acontecimientos de la modernidad) de ser la primera ciudad en el país en tener un plan regulador que le permitía aprovechar sus ventajas comparativas. Y donde el Río era el factor fundamental de su desarrollo urbano. Pero, además, es sabido que la primera urbanización concebida bajo los rigores de la modernidad fue el tradicional barrio El Prado. El mismo que, a pesar de la indolente ignorancia, aún muestra sus bondades espaciales, arquitectónicas y ambientales. Y como si esto fuera poco, un grupo selecto de urbanistas nipones estuvieron durante varios años trabajando con arquitectos nuestros en la denominada Misión de Cooperación Japonesa.

También vale la pena recordar que los mismos japoneses en 1985 entregaron el estudio integral de transporte urbano para la ciudad y su área metropolitana. Documento que recomendaba un sistema de transporte sobre rieles, apoyados sobre columnas y vigas (a seis metros de altura) sobre los separadores de las vías existentes. De esta forma, no se afectaba la circulación vehicular por la avenida Olaya Herrera y la calle 30, y los caudalosos arroyos no paralizarían su circulación en épocas invernales. Sumado a lo anterior, el tiempo de intervención era corto. Pero además, no había que comprar predios, ni cercenar inmuebles para su construcción.

Pues bien, las vivencias me ofrecen la oportunidad de revivir estos episodios. Recuerdo con claridad haber contemplado los planos y maquetas que la agencia de cooperación internacional presentó en el cabildo municipal, cuando mi padre se desempeñaba como concejal de esta ciudad. Infortunadamente, los años transcurrieron y las gestiones de los posteriores dirigentes navegaron en el mar de la ignominia y la poliquitería. Así pues, dichas maquetas fueron a dar a un húmedo sótano de la Alcaldía Distrital (donde el comején dio buena cuenta de ellos); y los planos, al parecer, sirvieron como papel higiénico en el Concejo Distrital.

Por eso ahora, cuando la ciudad se debate en medio de un caos de la movilidad que incluye lluvias de comparendos, arroyos de conductores impacientes y hasta concejales abstemios que se emborrachan con Pony malta; desde esta columna de opinión deseo motivar al nuevo gerente de Transmetro (de quien tenemos las mejores referencias por sus capacidades morales e intelectuales) para que le dé una revisada al proyecto que nos dejaron los urbanistas del Japón. Creo que aún estamos a tiempo de pensar que estos monorrieles que ya han sido construidos en ciudades como Miami (con exitosos resultados) podrían implementarse sobre la Vía 40 y la calle 72, de nuestra congestionada y ‘añuñida’ ciudad.

Así de fácil. Un monorriel en altura sobre la Vía 40 nos daría la simultánea oportunidad de mejorar la movilidad (articulándose con el tren de cercanías que nos llevaría a Santa Marta y Cartagena); pero además, ofrecer la posibilidad paisajística de disfrutar de las imágenes del Río, que cada día más nos niegan las bodegas industriales.

Claro está, sospecho que a estas alturas muchos de ustedes me estarán tildando de soñador. A ellos quiero decirles que los japoneses plantearon que alguna empresa extranjera (sin sacar ni cinco centavos de nuestros tributos) podría construir el sistema elevado de transporte y explotarlo durante 20 años. Lo que equivale a decir que desde hace cinco años la ciudad sería su propietaria.

Y expresarles también, que me preocupa que en un futuro no muy lejano nuestros nietos nos pregunten, ¿dónde estábamos nosotros cuando ‘turcogurizamos’ esta ciudad?, saturándola de concreto, gasolineras, cantinas, casinos y ventas de vehículos, e implementando sistemas de transporte cual supositorio (tipo extinguidor) en nuestras estrechas callejuelas, que semejan las mentes de algunos de nuestros dirigentes. Entonces nos tocará decirles: “Estábamos celebrando en toallita, conduciendo borrachos con peluches en el carro de la tía alcahueta, esperando cómodamente la chamba de nuestros papis”. Pero además, arrastrando unos huevos de gran tamaño, como los del avestruz (por supuesto).

Esquirlita: Mientras se decide una solución al problema de los arroyos de la muerte (o el Jojoy barranquillero, al decir de Espinoza) sería bueno conocer estadísticas sobre el número de metros cuadrados de cemento que hemos derramado sobre la ciudad en los últimos años. Al parecer, quedan ya pocas zonas verdes de absorción.